sábado, 21 de enero de 2017

Por qué ha venido?

Celia no quiso verlo.
Había pasado una mala noche.
Pesadillas que se repetían una y otra vez dejando su cuerpo asustado y empapado en sudor...una desagradable rutina que ya parecía haberse instalado en su vida.
Y encima, había venido él.
El sonido de la puerta la había despertado. Era demasiado temprano para visitas. Pero luego escuchó su voz.
Se quitó el pijama y se vistió con el cómodo chandal que usaba para estar por la casa.
Salió despacio de la habitación, no quería hacer ruido, y esperó en silencio intentando entender por qué estaba allí.
El sonido de su voz le resultaba tan familiar. Formaba parte de sus recuerdos.
De sus mejores recuerdos.
Sin embargo, tenía que estar enfadada con él.
El recuerdo de su madre le empezó a irritar los ojos.
Ella no le mentiría.
Cerró los ojos y empezó a releer la carta que le dejó Patricia.
Los dos le habían mentido.
Pero ahora...
Su vida había cambiado demasiado en los últimos meses. Era algo que no le gustaba. Tenía que pensar en algo
A sus casi diecisiete años se sentía preparada para asumir responsabilidades.
Y quería hacerlo.
Queria demostrarle a todos que, detrás de su aspecto frío, rebelde y, por qué no asumirlo, frágil,  había un esbozo de mujer capaz de sobrevivir en un mundo empeñado en prolongar su dependencia.
Quería ir a la universidad. Pero...
No le gustaba la medicina, eso lo tenía claro.
Aprendió a odiarla noche a noche, cada vez que su madre tenía que acudir a esas llamadas urgentes del hospital dejándola sola...ella siempre se hacía la dormida...
La escuchaba llegar, cansada, se pasaba por su dormitorio, le daba un beso en la frente y se metía en la ducha...
Una buena capa de maquillaje camuflaba los destrozos que el insomnio y la adrenalina dibujaban en su rostro.
Su madre, sin embargo, nunca se quejaba.
 Adoraba su trabajo casi tanto como a ella.
Quizás, también por eso, tenía celos...
No. No quería ser médico.
Quería ser libre...
Desde la cocina, susurros y aroma a café y churros.
El frío de la escalera empezaba a calarle la fina tela del chándal.
Le apetecía desayunar.