- - Buenos días, Andrea. Te encuentras bien?
- - Sí, sí, claro…estupendamente…
Suspiró hondo y dejó que su
mirada se perdiera entre las copas de los árboles que se asomaban a la ventana.
Aquella mañana había amanecido
ciertamente hermosa.
La primavera estaba empujando las
hojas caídas del invierno, una brisa suave mecía las nubes hacia otra estación y los pájaros empezaban a aclarar sus dormidas gargantas… todo parecía tan
perfecto…
Andrea había quedado en la
consulta con Alberto. Tenía que hablar con él.
Se giró al escuchar la puerta.
No era él.
Marta, la joven enfermera, había decidido
ir a buscar al médico tras ver fracasados sus últimos intentos de conversar con
Andrea.
Era una chica de apariencia
frágil y sonrisa sincera.
“Demasiado
dulce para aguantar a los traumas…” le había dicho ella en alguna ocasión.
Echó un vistazo a la consulta. Era
luminosa y estaba perfectamente ordenada.
Inusual para un hombre, pensó.
Cerró los ojos y empezó a relajar
la tensión que siempre se acumulaba en la zona alta de su espalda. Tenía tensos
todos los músculos. Podía notarlo.
En su retina empezó a formarse la
imagen de hacía varios días. Tembló.
El sonido de la puerta la
arrastró de nuevo a la consulta.
Ahora sí.
Alberto, con su bata perfecta, se
acercó a ella con una sonrisa demasiado insegura.
Andrea se levantó justo a tiempo
de evitar que él la besara.
No quería hacerle daño.
No podía hacerlo.
- Pasa algo? - preguntó sin disimular el dolor que estaba sintiendo.
Andrea se dejó caer de nuevo en aquel deslustrado sillón. Se pasó la mano por la pierna intentando pensar la forma de hacer lo correcto.
- Te duele ? - Alberto parecía asustado, incómodo. Aquella situación claramente le estaba superando.
- Dejas que te eche un vistazo ? - añadió- aún soy tu médico...
Le temblaba algo la voz. Ella podía notarlo.
Definitivamente no podría hacerle aquello.