- Menuda tontería!
Esa fue toda la respuesta de Elisa, una de las administrativas más veteranas del centro.
Se había sentado en la consulta cuando Andrea terminó con el último paciente. Se la notaba cansada. Su pelo rizado no tapaba las oscuras ojeras que enmarcaban sus ojos verdes. En una época divertidos, ahora resignados.
Era una mujer difícil.
La vida la había hecho así. Al menos, esa era su respuesta ante las reclamaciones y comentarios que tanto pacientes como compañeros le hacían a diario.
Sin embargo, con Andrea era diferente.
Aquella mujer desencantada de la vida veía en ella a su hija. Una hija a quien quizás la vanidad mezclada con el egoísmo la apartaron de su lado.
Pero no se sentía culpable. Al menos, no del todo.
Una madre soltera como ella había tenido que luchar duro para salir adelante. Era un mundo difícil, una época difícil, un momento aún no preparado para aceptar la independencia y la valentía de una mujer como ella.
Quizás le dedicó demasiado tiempo a la lucha.
Quizás dejó que el engranaje girase demasiado deprisa para que ella pudiese bajar a tiempo…
Quizás su hija tuvo razón cuando se marchó de casa y le escupió en la cara que era una desconocida para ella.
Puede…
Pero era fuerte. No se lamentaba. Asumió sus errores y miró hacia delante con la firme convicción de que el tiempo le daría la razón.
Hacía casi cinco años desde aquel portazo que le había borrado la sonrisa.
Aún esperaba …
Y ahora, Andrea, su única confidente, le decía aquello…
- No te he preguntado, Elisa, te estoy informando de que pediré traslado…
Necesito cambiar de aire. Necesito pensar…
Andrea se había levantado y miraba por la ventana de su consulta. La calle estaba casi desierta a esas horas de la tarde. Los pacientes esperaban las primeras brisas para salir de sus escondites…
Necesitaba olvidar…