lunes, 28 de abril de 2014

El olor a hospital nunca me ha gustado.
Olor a desinfectante mezclado con enfermedad. Olor a miedo. Olor a soledad.
Cuando las puertas dejaron atrás el ruido de la vida del exterior, apreté los puños y los labios tratando de que nada de aquello penetrara en mí.
A mí me gustaba ayudar a las personas. Por eso me hice médico. Eso puede sonar extraño. Un médico que opina eso de los hospitales...mmmm...como mínimo, sospechoso...veradad?
Pero yo soy así. Desde que empecé en la facultad, yo tenía clara una cosa. Yo quería ser médico de pueblo. Y es lo que he sido.
Pero los hospitales, ese aroma rancio, podía conmigo.
Contuve la respiración hasta que la hipoxia forzó la apertura de mi glotis. Una bocanada de aire recalentado me provocó náuseas.
Carlos, que aún seguía conmigo, me cogió por el brazo justo en el momento en el que se abrieron las puertas del ascensor.
Una señora de corta estatura y anchas caderas me hizo retroceder a uno de los lados.
Siempre me sorprendió cómo esa gente mayor atropellaba con total impunidad a todo lo que se pusiera por delante. Eran mayores y había que respetarlos.
Pero ellos...a quien respetaban ellos?
Pues, según parecía, a nosotros no.
Carlos dirigió mis pasos hacia el interior de aquel cuadrilátero metalizado.
Una pareja joven aceleró el paso. Iban cogidos de la mano. Ella, una especie de barbie sin maquillar, apoyó su cabeza en el hombro del joven. No hablaron.
El ascensor hizo unas cuantas paradas antes de llegar a nuestra planta. Me pareció interminable.
Un iluminado pasillo se abrió tras aquellas puertas.
Una sucesión de puertas simétricas, en tonos grises, se esparcían por aquel lugar siniestro.
Busqué el número de habitación que me habían dado y respiré hondo, de nuevo.
- Perdone - dijo una voz  femenina a mi espalda - busca a alguien?
 Me giré despacio sin soltar el manillar de aquella puerta.
- Sí, disculpe, buscamos a Marcos...Marcos Ruiz


viernes, 25 de abril de 2014

Un ligero vaivén me hizo abrir los ojos.
El paisaje corría a través de las  ventanillas de aquel vehículo casi nuevo. Eran fotos conocidas para mí. Había hecho ese camino muchas veces antes. Demasiadas.
No quería reconocer que la nostalgia se estaba despertando, pero aquella carretera mal asfaltada, las casas adosadas entre el asfalto y la arena, los bares de camioneros medio desvalijados...todo aquello había formado parte de una etapa no lejana de mi vida.
Intenté borrar aquel recuerdo. Dejé que mis dedos masajearan mi frente y mis párpados. Quizás con eso lograra aliviar aquello.
-  Cómo te encuentras?
Me había olvidado de él.
Despegué mis manos de la cara y lo miré sin demasiado entusiasmo.
- He tenido días mejores, te lo aseguro.
Volví de nuevo a perder la mirada entre casuchas y curvas mal identificadas.
En mi mano aún notaba aquel papel, aquellas palabras cargadas de un amor confundido y de un dolor desbordado.
Yo quería a Marcos. Pero no así.
Sabía que él sentía por mí algo...distinto, pero no quise pararme a pensarlo. Era mucho más fácil dejarse querer, dejarse agasajar, cualquier cosa antes de estropear ese bonito mundo de rosas en el que yo vivía mi fantasía.
Ahora era demasiado tarde para reproches. Los remordimientos no me devolverían lo que estaba a punto de perder.
Un cartel borroso por la velocidad indicaba que entrábamos en la provincia de Málaga.
Quedaba poco para verle.
Y yo no sabía si estaba preparada para lo que me iba a encontrar.

jueves, 24 de abril de 2014

Querida Andrea, mi...
Cómo explicar lo que no entiendo ?
Cómo aceptar lo imposible?
Tú estás ahí, tan cerca, tan distante.
Recuerdo aquella niña perdida en el parque. Parecías un ángel. Aquel pelo revuelto que casi tapaba tus ojos, la naricilla respingona, la sonrisa nerviosa.
Cómo decirles a tus padres, que por fin eran los míos, que no podía dejar de pensar en tí...
Tú eras mi chica. Mi amiga.Mi hermana...
Me convencí de que alejarme de ti sería suficiente para olvidarte.
Pero me equivoqué.
La noche te traía conmigo. Paseábamos por las calles de París, reíamos, enlazábamos nuestros dedos...me encantaba mirarte, sujetar tu sonrisa entre mis manos y besar los pequeños surcos que se dibujaban perfilando tus labios...
Pero sólo eran sueños.
La luz del día siempre me sorprendía abrazado a un cuerpo inexistente, a una ilusión imaginaria.
Mi vida era esperar a que llegara la noche. Quería cerrar los ojos, apartarme de la lucidez y caer en tus brazos.
Eran tan largos los días... Eran tan cortas las noches...
El tiempo pasaba sin poder borrar tu recuerdo. Me dolía tanto.
Cerré los ojos y dejé que fuese la inercia la que guiara mi destino.
A veces, no sabemos nunca por qué ni cuándo, la vida te sorprende.
Un día busqué la noche para encontrarte, pero te habías ido. No te despediste. No miraste atrás. Sencillamente desapareciste.
Lo curioso es que no me dolió. Pude, al fin, respirar profundo y llenar mis pulmones de algo que no era culpa ni autocastigo.
Decidí perdonarme, saltar por los caminos que antes me estaban prohibidos y vivir.
Me estaba saliendo todo tan bien...
Pero metí la pata.
Confié y caí.
Andrea, lo siento.

miércoles, 16 de abril de 2014

- No puede ser - intenté hacer que mis palabras lograran escapar de mis labios - , debe de haber un error..
Me apoyé en la mesa que se encontraba a mi espalda. Hubiera jurado que se movía.
- Me temo que no se trata de ninguna equivocación...
Aquel hombre seguía hablando, seguía diciendo cosas absurdas. Absurdas e insoportables.
Notaba un escalofrío recorriendo mi columna vertebral, el erizamiento del vello de mi piel...
- Donde está?  - pregunté al fin sin estar segura de que alguno de aquellos hombres pudiera oirme
- En un hospital de Málaga, en Carlos Haya...no se si lo conoce...
Lo conocía perfectamente.
Allí fue donde mi madre me dijo sus últimas frases. Luego hubo tanto silencio...
Había huido de aquel sitio y de aquella ciudad.
Ahora tenía que regresar.
La policía me dejó una carta que, según parecía, él llevaba en uno de sus bolsillos. Eso y una cartera con su carnet de identidad. Gracias a eso me habían localizado. No habían encontrado a ningún otro familiar...
- Gracias por traerlo...
- Nos hemos visto obligados....- ahora era el más joven el que contaba aquella historia - ha sido casi una promesa arrancada a los compañeros de allí...
 Lo miré sin entender
- Es mejor que se lo expliquen allí...
No me había dado cuenta, pero las lágrimas hacía rato que arañaban mi maquillaje y un nudo de dolor me oprimía la garganta.
- Tenemos que irnos...lo sentimos...tenga esperanza.
La voz tímida de aquel policía contrastaba demasiado con el perfecto y frio uniforme.
Cuando salieron, noté cómo se aflojaban mis piernas y cómo un imperceptible temblor empezaba a apoderarse de mi cuerpo.
De repente, la puerta se abrió y una sonrisa se asomó con cautela.
- Podemos pasar ya, doña Andrea?
Levanté la mirada, que hacía un buen rato andaba perdida buscando algún recuerdo, y aquella sonrisa desapareció pidiendo disculpas.
Me dejé caer en la gastada silla y mis brazos se acurrucaron alrededor de mi cuerpo.
No podía quedarme ahí, tenía que irme, tenía que correr...
La puerta se abrió nuevamente.
Esta vez no pude levantar la mirada.
Unos zapatos deportivos se detuvieron junto a mí. Noté unas manos acariciando mis hombros y , poco a poco, cómo esas mismas manos levantaban mi cuerpo.
Carlos me abrazó en silencio.
Me dejó llorar sin intentar calmarme. Sin decir cosas que sabía que no me servirían. Sin improvisar mentiras que anestesiaran mi dolor.
- Andrea - dijo al fin cuando notó que mi pecho empezaba a llevar un ritmo más sereno - te llevo a casa para que cojas algo y vamos a Málaga.
Le miré sin fuerzas para contestar. Asentí con la cabeza y dejé que tomara las riendas de aquel desastre.
No podía pensar.
De repente fui consciente de que apretaba algo en mi mano.
Abrí los dedos buscando aquello que me producía heridas en los dedos.
Allí, con una letra más que familiar, en aquel sobre arrugado, estaba escrito mi nombre.
Para Andrea Ruiz.
Para mi amor.

martes, 15 de abril de 2014

- Siempre has sido así de rarito?
Le dije a Carlos mientras desayunábamos en la cafetería de siempre, en el rincón de siempre.
- No se a qué te refieres. Crees que soy raro? - me contestó sin prestarme apenas atención
- A mi me lo pareces...
- Por qué?
- Pues ...no se...por todo
- Eso es poco específico. Creo que no sabes qué decir, Andreita..
Dudé si decirle la verdad o dejar la conversación a medias, como tantas veces.
La mirada de aquel hombre me desconcertaba.
No podía comprender cómo esa persona unos días parecía querer abrazarme y otros, sin embargo, me ignoraba...
Yo no sabía jugar a aquel juego.
Estaba perdiendo.
- Sí, tienes razón. No sé qué decir, creo que me he metido en un berenjenal del que no se salir...
Se hizo el silencio. Yo me limité a mirar las nubes de humo que se perdían en aquel espacio cerrado. Carlos, miraba la pantalla del pequeño televisor donde una chica demasiado provocativa trataba de hacerse oir.
No se que estaría pensando Carlos en esos momentos. Yo, sencillamente, pensaba en un nuevo intento fallido.
Volvimos a la consulta como dos extraños. Cada uno en su mundo. Cada mundo por separado.
Cuando las puertas de cristal se abrieron, una de las niñas del mostrador empezó a hacerme señales para que me acercara.
- Bueno, voy a ver qué pasa...- le dije a mi jefe señalando el mostrador con la mirada
- Nada importante, seguro  ya sabes como es...alguien le habrá dicho que quiere verte y ya se ha angustiado...
Carlos tenía razón. María era así. Una persona poco segura de sí, poco eficiente en su trabajo pero, eso nadie lo podía discutir, una persona con demasiado corazón.
- Andrea..- dijo con un susurro y con la mirada temblorosa - te está esperando la policía...le he dicho que estabas desayunando y te están esperando en la puerta de tu consulta...no sabía qué decirles...
María parecía realmente asustada.
Yo, sin embargo, ya sabía de qué iba aquello. Algún sospechoso no identidficado, algún informe para un juicio....lo mismo de siempre.
- No te preocupes, María, ya hablo yo con ellos.
Me alejé del mostrador dejando un cuerpo escondido detrás del ordenador, vigilando desde su miedo el pasillo que conducía a mi consulta.
- Buenos días...
Dos hombres jóvenes, físicamente demasiado perfectos para aquella zona, esperaban junto a mi puerta.
 - Buenos días - dijo el que parecía más joven - es usted Andrea, Andrea Ruiz.
Me sorprendió que no preguntasen por la doctora Andrea.
- Sí, soy yo. Puedo ayudarles en algo ?
Abrí la puerta y les invité a pasar dentro.
Noté cómo se miraron, con cierta incomodidad.
- Algún problema ? ...
Les invité a sentarse, pero se excusaron diciendo que preferían estirar las piernas. Pensé que sería correcto quedarme de pie junto a ellos.
Ahora creo que me equivoqué.
Tenía que haberme sentado...

sábado, 12 de abril de 2014

No entiendo a los hombres. A veces creo que son seres de otro planeta. Una especie que exteriormente ha copiado al ser humano pero que, por dentro, donde tendría que estar el rincón de los sentimientos, hay una especie de papilla indefinible.
No todos son así,  eso seguro, pero los que yo tengo cerca...
Aunque, si lo pienso, si todos los hombres con los que tengo o quiero tener algún tipo de relación, me parecen faltos de sensibilidad...podría ser que fuese yo el problema?
Quiero decir. Quizás yo no soy capaz de transmitir lo que pienso o siento. Quizás doy por hecho cosas que sólo suceden en mi imaginación. Quizás espero demasiado de los demás.
Son tantas cosas en las que me puedo estar equivocando que no se bien por donde empezar.
He estado pensando...sólo unos segundos, minutos quizás, y creo que lo mejor es dejar el orgullo a un lado y expresar lo que pienso. No estoy dispuesta a esperar a que me lean el pensamiento. Tengo un pensamiento demasiado complejo para eso.
Con esta idea me fui a la cama esa noche.
Me veía a mi misma frente al mundo, segura de mí misma, diciendo lo que pienso sin vergüenzas ni miedos...
Aquella noche me costó conciliar el sueño. Daba vueltas en la cama . Imaginaba escenas. Escenas llenas de amor, llenas de sinceridad, llenas de algo que hacía tiempo que no encontraba, de confianza.
Cuando, al fin, el suave velo del sueño me cubrió los párpados, dos hombres vinieron a buscarme. Eran tan iguales y tan distintos...yo les amaba a ambos y ellos a mí. Uno de ellos, el que parecía más joven, se acercaba a mí y me acariciaba el dorso de las manos. Me miraba sin pudor y me arrancaba sentimientos que me quemaban cada rincón de mi cuerpo.
El otro, en cambio, esperaba en la sombra. Cuando me veía sola, se acercaba, me recogía el pelo detrás de la oreja y me besaba la frente. Una sensación de paz inundaba entonces mi alma y, en esos momentos, estaba segura de haber encontrado mi sitio.
Pero la escena volvía a cambiar y se intercambiaban los protagonistas.
Sentimientos en ascensor que acababan dejándome exhausta.
Tendría que escoger. La pasión o la ternura. Lo desconocido o lo explorado. El fuego o el mar en calma...
Yo me encontraba entre ambos.
De repente, los dos empezaron a alejarse.
Los llamé por sus nombres, pero no obtuve respuesta.
Me quedé sola, en mitad de una plaza  cubierta de sombras, con la voz gastada y las mejillas húmedas...
Me desperté sobresaltada. Tenía el cuerpo empapado en sudor y un ritmo galopante en mi pecho.
Miré el reloj. Aún faltaba casi una hora para que empezará con su cantinela y yo ya no podía seguir durmiendo.
Me fastidiaba aquel desperdicio de sueño. Sobre todo porque luego, estaba segura, necesitaría ese refuerzo.
Pero, en fin, de nada servía lamentarse.
Me levanté y me propuse empezar el cambio.
Hoy sería el día.

viernes, 11 de abril de 2014

- No puedo seguir asi..- le dije a Carlos aquella mañana en el desayuno.
Estábamos solos. Sorprendente, pero cierto. Suponía que el hecho de haber venido un poco más tarde había marcado esa diferencia.
- Tienes algún problema ?
Me dijo él con la más i genua de sus sonrisas,
- Bueno, sí, tengo problemas.... - de repente me sentí indecisa e insegura, aquel hombre realmente parecía no saber de lo que yo quería hablar.
- Cuéntame, ya sabes que me puedes contar  cualquier cosa...Es por el trabajo? Estás cansada?
- No, no es eso...me gusta mi trabajo.
- Pues entonces, no te entiendo...
- Soy complicada de entender...no me hagas caso.
- Hola pareja - la voz de Carolina sonaba demasiado cerca
Nos giramos justo a tiempo de ver cómo ella cogía una silla y se acomodaba en nuestra mesa.
- Os importa que os acompañe ?
Evidentemente, no le importaba demasiado la respuesta  . Ella era así
- Por supuesto que no...- dijo Carlos sin pensárselo demasiado - siempre es un placer tu compañia.
Los ojos oscuros de Carolina brillaron y se entrecerraron, remarcando más  aún las arrugas que el tiempo había dibujado contorneando aquella hermosa mirada.
- No seaz tan zalamero...no voy  trabajar más..
Sonrió mientras batía la espuna del café con aquella cucharilla minúscula.
Yo la miraba anonadada. Me recordaba a los gatos, ronroneando, paseándose y acariciando de manera sensual la pierna de su amo, preparados para arañar, fingiendo docilidad...
Nunca me han gustado los gatos.
- Y tú, Andrea, cómo estás?. Ultimamente te veo más delgada...
- Estoy muy bien, gracias. Tengo algo mas de trabajo y algo menos de tiempo para comer...pero ya lo recuperaré. Estoy segura.
- No dejes que éste te líe..- dijo volviéndose a Carlos - si es por él, no salimos ninguno de la consulta.
- Tienes razón - se apresuró a decir - de hecho, no se porqué pierdes tiempo en desayunar...
Los treinta minutos del desayuno se transformaron en infinidad de comentarios suspicaces, de palabras mojadas en hiel, de sonrisas ensayadas...
No era esa mi idea del desayuno de aquella mañana.
Pero cuando los dioses y las estrellas conspiran....nada podemos hacer nosotros.
Tendré que seguir callada, esperando mi momento, paciencia...
Quizása descubra que mi imaginación es más fuerte que los hechos objetivos. Quizás descubra el límite de mi estupidez...
O, tal vez, puede que descubra mi estrella fugaz y pueda pedir mi deseo...
Quien sabe?

miércoles, 9 de abril de 2014

No tenía mucho apetito.
Estaba nerviosa y, lo que era peor, la imagen de aquella mujer pidiéndome ayuda no se me quitaba de la cabeza.
Se lo comenté a Carlos.
Hablamos de la dificultad en dar este tipo de noticias, del derecho de los pacientes a saber, del derecho de los pacientes a no saber, de su derecho a decidir...
Me gustó poder expresar mi opinión.
Siempre ha resultado algo prohibido y evitado por todos. Médicos y pacientes.
Pero está claro que no se puede mirar a otro lado. Son nuestros pacientes...
Esperan que les ayudemos en esos momentos tan difíciles y tan distintos para cada uno.
Carlos tenía una buena formación en estos temas y le convencí para que realizara sesiones en el centro para el resto de los compañeros.
Nos vendría bien a todos y, además, cumplíamos puntos de la acreditación.
Terminamos de comer en aquel pequeño bar de tapas próximo al centro.
Había sido algo relajado, fluido. No me habían agobiado los silencios intercalados y, lo mejor, no creía haber mostrado señal alguna de los sentimientos que me inundaban.
Entramos en el despacho y, sin saber por qué, Carlos puso mi silla junto a la suya.
Por un instante pensé en huir. Si no me sentía protegida por la mesa, no tenía demasiado claro que pudiera salir airosa aquella tarde.
Notó mi confusión.
- Es que vemos mejor la pantalla si los dos estamos del mismo lado..
Dijo sin dejar de teclear las claves de acceso a su ordenador.
Me giré un segundo para ver el movimiento de la gente a través del cristal.
No había mucha gente. De hecho, sólo el vecino de siempre estaba ocupando su sitio en el banco de piedra.
- Ese hombre siempre está ahí...dije haciendo sonoro mi pensamiento.
- Quien? - preguntó girándose para poder obtener mi misma panorámica de la calle.
- Ese señor mayor del banco. Siempre está ahí, sólo, pensé que vigilaba a algún nieto...pero otras veces está solo y los niños no son siempre los mismos...
- Estas insinuando algo, Andrea?
- No...no creo. Es que me ha llamado la atención.
- Venga, vamos a sentarnos y a trabajar en esto. Hay muchas cosas pendientes.
- Si, por supuesto, es que me he distraido...
Nos sentamos y tratamos de retomar la valoración de documentos en el punto en el que lo habíamos dejado la última tarde.
Soy una buena trabajadora. Eso es algo que debo admitir de mí misma. Es, de hecho, de los pocos méritos que me autoatribuyo.
Trabajar con Carlos, además era algo especialmente cómodo, por lo que las horas pasaron de manera rápida y eficiente.
Cuando la luz natural empezó a ser insuficiente, me levanté para darle al interruptor, que estaba justo en la pared opuesta.
Fue incómodo...y divertido.
Cuando me giré, Carlos estaba mirándome de manera divertida.
- Qué ? - pregunté
- Nada...te queda bien ese pantalón...perdona si te he incomodado.
- No me incomodas, me halagas..es diferente.
- Me alegro
- De qué? - quise saber
- De que no te ofendas cuando te miro...porque te miro bastante...
Ahora sí hubo un incómodo silencio.
- Pues no me mires tanto, que me vas a gastar...jajaja...bueno, estoy cansada...te importa si lo dejamos aquí por hoy ?
-  No, claro que no. Hemos adelantado mucho. Ya seguiremos mañana...si quieres, claro
Me giré y cogí el bolso que seguía colgado de la raquítica percha de detrás de la puerta.
- Nos vemos mañana
Me giré y deseé que Carlos pronunciara mi nombre.
Pero no lo hizo.
Otra vez estaba huyendo.
Maldita costumbre!!!!

martes, 8 de abril de 2014

- Buenas, chicas! Que tal hoy?
Murmullo de fondo sin respuestas definidas. Sonrisas a medias.
No terminaba de acostumbrarme a aquello.
- Se te ve muy bien hoy...-  dijo una voz afilada a mis espaldas
Me giré para asegurarme que no me equivocaba.
Y no lo hice.
Alli, de pie junto al archivador azul, estaba ella. Carolina. Una médico cincuentona y amargada. Creida de sí misma y de su evidente superioridad con respecto a los demás compañeros del centro. La única persona del centro con la que, después de un año, no había logrado mantener una conversación de más de un minuto.
- Muchas gracias, a tí también se te ve estupenda.
Lo dije por cumplir. Si tenía que ser sincera, a mí, ese aspecto de institutriz soltera y atemporal, no me gustaba nada.
Carolina sonrió, recogió todas las cartas que había en su hamaca y se dirigió con paso seguro hacia las escaleras que la llevaban al piso superior.
Estaba tan abstraida viéndola desaparecer que no me percaté de que Carlos había llegado.
- Andrea, hoy tengo que pedirte que me ayudes otra vez...si puedes
- No tengo problemas. Te refieres al final de la consulta...no?
- Sí, por supuesto. Había pensado en comer algo en la cafetería de aquí al lado y luego ponernos con la acreditación. Te parece bien?
 - Por supuesto, lo que quieras...
- Perfecto. Te veo luego.
Y se fue.
Pasé la consulta distraida. Escuchaba a mis pacientes pero, sin poder evitarlo, mi mente divagaba, se elevaba sobre aquella realidad y me situaba en aquel despacho...
No esperaba demasiado de aquello.
Ya había visto antes como expectativas menos ambiciosas se convertían en frágiles columnas de humo.
No podía dejar que me embargase la ilusión. Tenía que pensar en frío.
María, mi última paciente de la mañana, se encargó de que me olvidara de mi misma.
A aquella mujer, de cincuenta y muchos, yo le había aconsejado que se realizara una mamografía. Era una mujer de pueblo, cerrada, con demasiados pudores, demasiados miedos...
Y ahora, estaba allí, sentada frente a mí, con la mirada húmeda perdida en el teclado del ordenador.
Tenía cáncer.
Le tendrían que extirpar el pecho derecho y no estaban seguros de que no hubiese metástasis.
La tenían que someter a un montón de pruebas...ella que nunca había querido ir al médico...
Me quedé con ella, en silencio, sujeté su mano con las mías...
Nada podía decirle.
Sólo quería que supiese que yo estaría siempre ahí para ayudarla. No iba a estar sola.
Nadie merece estar solo.

lunes, 7 de abril de 2014

No entendía todo aquello. No entendía los cambios bruscos de humor. No entendía cómo alguien podía pasar de la dulzura a la ignorancia en tan poco tiempo.
Supuse que era por el trabajo.
Imaginé que Carlos no quería mostrar ese lado tierno delante de los demás...no se...imaginé quizás demasiadas cosas.
Mi cabeza, y mi corazón, se habían convertido en una montaña rusa. Subidas, bajadas, loopings...
En breve debería vomitar.
Me había pasado la mañana pensando que era demasiado tonta y que no iba a tener otra oportunidad. Casi ni me había mirado. Un hola y...poco más.
Y ahora, el mensaje.
Por qué me hacía eso?
Era su forma de actuar cuando alguien le interesaba o, sencillamente, él era así con todas y aquel fluir de sensaciones sólo sucedió en mi cabeza.
Uff!
Y lo peor de todo. Yo tampoco tenía claro lo que quería yo.
Quería volver a sentirme amada, volver a sentir deseo por alguien, las mariposas, las sonrisas, las taquicardias...
Pero, estaba preparada? Y, sería Carlos esa persona?
En el mensaje sólo decía que me había echado de menos en el desayuno.
Algo basztante simple si eres un hombre. Pero algo lleno de mensaje si eres una mujer.
Y yo era una mujer...
Lo imaginé en la cafetería de siempre, con su humeante taza de café y sus dos tostadas. Sentado solo. Quizás leyendo el periódico. Levantando la mirada cada vez que la campanilla anunciaba que alguien nuevo entraba.
Me lo imaginé triste al no verme.
Me lo imaginé ....
Pero, para ser sincera, no tengo ni idea de lo que realmente pasó en la cafetería.
No me hacía falta saberlo. Me gustaba mi versión de los hechos...aunque fuese poco real.
A mí me hacía feliz ese pensamiento. Por tanto, ese era el que iba a mantener.
No sabía si contestarle.
Posiblemente a estas horas ya habría apagado el móvil...
Me animé y le escribí sólo una frase.
"Yo a tí toda la mañana, jefe".
Añadí lo de jefe para quitarle importancia a lo que decían las palabras.
Dudé un momento si pulsar la tecla de intro...y lo hize.
Un nudo empezó a oprimirme el estómago.
Dios,,, pero qué tonta era!!!!

domingo, 6 de abril de 2014

Las horas aquella noche pasaron demasiado lentas. Un interminable suceder de minutos iban acercándome al amanecer. No podía dormir. Estaba demasiado excitada.
Miraba aquellos números rojos con la esperanza que me dijesen que, por fin, era la hora de iniciar el día.
Por fin, la inconfundible voz de aquel periodista marcó el ritmo. Era hora de levantarse.
Me dí una ducha intentando recomponer los efectos del insomnio. Estaba rota, pero necesitaba salir de mi apartamento y llegar al trabajo. Necesitaba arreglar el momento que yo misma había roto la tarde anterior.
Cuando llegué al centro, como cada día, me quedé unos momentos con las administrativas del mostrador.
El ambiente de aquellos días era un poco tenso.
La situación del país y , por supuesto, de la sanidad, estaba al límite.
Todo era difícil. Todos debíamos ayudar, pero ninguno estaba dispuesto a hacerlo sin pedir algo a cambio.
 Y eso era un problema. Ahora no había nada con lo que negociar. Ayuda a fondo perdido.
Pues, con aquella persspectiva, ir a trabajar se había convertido en algo difícil. Sobre todo para aquellos que habían visto cómo se reducía su sueldo y se aumentaban sus funciones.
Pero, y eso había que admitirlo, los que estábamos allí aún no formábamos parte de la lista interminable de personas que ingresaban en el INEM a diario.
Yo, más resignada que conforme, trataba de superar aquella fase de la mejor manera que sabía.
Poniendo sonrisas en mi mundo.
Sin embargo, quizás por la falta de sueño, aquella mañana no encontré las palabras adecuadas para conseguirlo.
Un aire rancio inundaba aquellos pocos metros que dibujaban el área de atención al usuario.
Miré las puertas acristaladas con la esperanza de que se abrieran y el aire fresco limpiara todo aquello.
Entonces, como respondiendo a mi plegaria, aquellos cristales se separaron y Carlos apareció en la escena.
Llevaba la misma ropa del día anterior. Sonreí pensando en la poca importancia que algunos hombres le daban a su imagen. Vaqueros gastados y jersey en tono coral. Informal y perfecfo. Así le veía yo.
Se acercó al mostrador y saludó a todos. También a mí.
Lo hizo como siempre. Educado y correcto.
Era como si lo de la tarde anterior no hubiese existido.
De repente, me sentí avergonzada. Era como una adolescente cargada de hormonas a la que acababan de dejar plantada. Qué ridiculez!
Me castigué sin desayunar aquel día y, poco a poco, mi cerebro empezó a notar las señales de la fatiga. El odioso dolor de cabeza empezó a golpear mis sienes y algo parecido a las náuseas llenó mi estómago.
Jaquecas, migrañas,cefaleas tensionales...ya había perdido la cuenta de todos los nombres con los que había etiquetado aquello. El resultado era el mismo. Tenía que descansar. Tenía que apagar las luces y desconectarme del exterior. Sólo así lograría superar el dolor.
Hice lo que pude para ver a los pocos pacientes que quedaban aún en la sala de espera y huí de allí casi sin avisar.
Al llegar a casa saqué el móvil del bolso. Quería silenciarlo. Sabía de sobra lo que pasaría si no lo hacía.
Entonces lo ví.
Su mensaje.
Yo me había equivocado. Sí había pasado....

viernes, 4 de abril de 2014

Sentirme importante, escuchada, respetada...
Son cosas que me gustan. Quizás es algo vanidoso, pero he de confesar que me hacen sentir bien y orgullosa de mí misma.
Así me sentí aquella tarde con Carlos.
Nos quedamos en su despacho, rodeados de papeles, frente a una pantalla de ordenador.
Me senté frente a él, escondiendo mi miedo bajo la mesa. Las piernas cruzadas. Las manos temblorosas...
Entendí por qué aquel hombre se sentía sobrepasado.
Había que hacer un esfuerzo importante si queríamos cumplir con el principal objetivo de ese año.
Leímos todos los items de cada uno de los apartados que componían aquel enjambre de papel. Estaba escrito en un lenguaje demasiado formal. Tanto que no parecía que hablásemos el mismo idioma.
Revisábamos juntos los objetivos y yo, secretaria improvisada, anotaba cada una de las ideas que se nos iban ocurriendo. Y no fueron pocas.
Yo le comentaba mis impresiones. Le confesaba mis dudas.
El me escuchaba en silencio, con sus pupilas fijas en las mías y con una sonrisa bordeando sus labios.
Lo sentía tan cerca...
Hubiera jurado que entre los dos fluía algo especial. Algo hermoso. Algo inesperado.
Pasaron las horas y un cansancio justificado se instaló en aquella habitación. Se sucedieron las risas sin sentido y aquella tormenta de ideas que nos había acompañado dejó paso a una sequía de entendimiento y razón.
Fue Carlos quien finalmente se decidió a dar por terminada aquella reunión.
-  muchas gracias, Andrea...no sé cómo voy a pagarte todo esto
- Bueno, a mí se me ocurren algunas cosas..
Dije aquello sin pensar. Cuando fuí consciente,  las palabras ya habían escapado de mis labios
- Ah, si? Pues compártelas conmigo...ya sabes que estoy dispuesto a lo que quieras..
Dios, aquello sonaba...
- No puedes ir por ahí diciendo esas cosas...cualquiera puede tomarte la palabra
Intenté seguir aquel juego.
- Bueno, sólo debes tomarla tú...
Un calor sofocante inundó mis mejillas y un conocido cosquilleo sacudió mi cuerpo.
- Creo que debo irme ya...mañana nos vemos.
Me giré y recorrí el estrecho pasillo que me separaba de la calle.
No pude evitarlo. Me odié por ello. Pero me asusté...

jueves, 3 de abril de 2014

- tienes mucha prisa?
- No, ya te he dicho que estoy sola. Puedo quedarme si me necesitas para algo...
- No quiero abusar. Si tienes algo que hacer lo entiendo...
Me ponía muy nerviosa aquel jueguecito de quiero que te quedes pero no quiero pedírtelo...
Cuando yo necesito ayuda, la pido. No me parece tan difícil.
Pero a Carlos, obviamente, no le parecía lo mismo.
Me quedé sentada en mi consulta mientras él no pasaba del quicio de la entrada.
-  Bueno...me lo vas a contar o no ?
Dije un poco inquieta
- Este año tenemos que acreditar el centro. Voy a necesitar mucha ayuda
- Lo sé. Es mucho trabajo para solo una persona. Tenemos que implicarnos el resto del equipo. Has pensado en cómo lo vas a hacer?
Yo no sabía demasiado de aquel mundo de la acreditación de centros. Me habían explicado que era una forma de demostrar que hacíamos bien las cosas, que cumplíamos unos items de calidad...
Quizás ahora, en estos momentos de desidia generalizada, el tema de la acreditación no era el más adecuado. Pero ya estaba decidido. De nada serviría lamentarse.
- Tengo muchas dudas...estoy un poco sobrepasado con todo esto.
No me lo podía creer.
Carlos, el incombustible, estaba mostrando signos de agotamiento..
Era peor de lo que yo imaginaba.
- No creo que debas agobiarte. Sólo dinos qué hacer y lo haremos...
Aquello lo decía de verdad. Éramos un equipo trabajador.
-Eso es lo malo...no se por donde empezar...
- Si quieres nos quedamos esta tarde y lo vemos juntos. Quizás se nos ocurra algo.
- Te lo agradezco...en serio no te molesta?- volvió a preguntar con cierta inseguridad...
- Que pesadito eres! Te estoy ofreciendo ayuda. Tómala sin mas, vas a hacer que me arrepienta...
- Vale, vale, no te lo preguntaré màs...Pero déjame que te invite a comer algo
- De acuerdo. Estoy hambrienta.
Cerré la consulta y esperé a Carlos en la salida lateral del  centro.
Estaba nerviosa.
Para mí aquello era como una cita. De trabajo, sí, pero una cita con él...
Esperaba no tener que arrepentirme.

martes, 1 de abril de 2014

Aquella mañana me levanté sin darle tiempo a que la pereza se acomodara por mi piel.
La voz de aquel hombre salía de la radio incitando a disfrutar de la casi agotada mañana....y eso que aún no eran las siete!!!.
La ducha con agua casi hirviendo y el humeante café nespresso, me dieron la suficiente energía como para mirar el resto del día con la actitud adecuada. La actitud de la ganadora.
Llegué al centro, como siempre, con una sonrisa perfilando mis labios y con la ilusión de quien espera que hoy va a cambiar su destino.
- Estás radiante - dijo aquella voz conocida
- Muchas gracias...y tú cómo te encuentras ?
La verdad es que , con la visita de mi hermano, me había fijado poco en él. No es que dejara de ser especial, es que mi mente se había llenado de demasiadas sensaciones fuertes...tuve que filtrar para poder percibir las diferencias...
Ahora, mirándolo frente a mí, volvió a reaparecer aquel hormigueo en mi estómago.
- Sobreviviendo, que no es poco...te he notado distraida estos días.
- Supongo que ha sido mi hermano. Hacía más de un año que no nos veíamos....ya te puedes imaginar
- Claro, es normal. Se ha ido ya?
- Sí, hace un par de días...pero me he dedicado a recomponer los retazos que ha dejado...espero volver a la normalidad...
- Bueno, no hay nada malo en disfrutar de la familia y los recuerdos. Sobre todo si son buenos. Yo no tengo esa suerte...
Su voz sonaba nostálgica, con cierto sabor a tristeza.
- Donde está tu familia ? - quise saber antes de empezar a ponerme demasiado nerviosa como para dirijirle la palabra
- Soy hijo único. Mi padre murió hace años, un accidente de tráfico...mi madre...bueno ella vive conmigo.
No pude evitar que la dilatación de mis pupilas delataran mi sorpresa.
Sin embargo, no quise decir nada. No se me ocurría nada que decir.
Miré el reloj, buscando la excusa perfecta para escurrirme entre la gente que pacientemente esperaba en cola para obtener su cita, era la hora de empezar a trabajar.
- Te dejo, Carlos, hoy me espera un día largo.
-Si, claro, te veo en el desayuno ?
- Lo intentaré. Ya sabes que necesito esa burbuja de aire para poder terminar la mañana...lo hago por el bien de mis pacientes...
Nos sonreimos y nuestros pasos se dirigieron hacia pasillos opuestos.
La sala, como de costumbre, estaba medio vacía a aquella hora de la mañana. Llegarían más tarde, el incesante goteo de problemas más o menos sentidos, más o menos fingidos...
La realidad, vista sin el filtro del agotamiento ni de la rutina, es que la gente necesitaba nuestra ayuda.
Que a pesar de la tecnologia y de los avances, el desconocimiento de la población en relación con su salud, era bastante evidente.
Era la implicación del yo, de la diferente percepción, de las diferentes personalidades, lo que hacía que nada fuese fácil.
A mí me gustaba hablar con mis pacientes. Me gustaba preguntarles por sus parejas, por la relación con sus hijos, su trabajo...todo eso me ayudaba a entender mejor cada una de las quejas que me traían.
Se evitaba la tan temida hipermedicalización en la que estábamos cayendo en los últimos años.
Pero aún quedaba mucho camino por recorrer.
Muchas creencias que cambiar.
No iba a ser fácil. Los cambios nunca lo fueron.