martes, 30 de diciembre de 2014

- Te noto feliz, Andrea. Me alegro mucho por tí...
Carlos, con una acuchillante sequedad en su garganta, trataba de parecer relajado.
- Bueno, estoy bien, cuidando a mi hermano. Aún anda un poco despistado. Le gusta  tenerme por aquí...
Andrea había decidido no contarle nada de su situación actual. 
¿ Qué conseguiría? 
¿ Su lástima?
Ella no necesitaba eso. 
- Tiene mucha suerte de tenerte...pero que no se acostumbre demasiado. También nosotros te echamos de menos
Andrea apretó los párpados. Imaginaba que no era  él quien la echaba de menos. 
- Tampoco te pases. Estoy segura de que os las arreglais perfectamente por ahí...- dijo sin poder evitar cierta tristeza.
Carlos, conteniendo la súplica, se esforzaba por parecer correcto.
- Bueno, ya sabes que el presupuesto no da para sustituciones. Tus pacientes no paran de quejarse de tanto cambio...
Aquello, aunque lamentable, era la realidad. La situación del país,  la maldita crisis de la que no acabábamos de salir, mantenía a la sanidad contra las cuerdas.
No había dinero. Esa era la única respuesta. 
La tensión crecía entre unos profesionales que no entendían cómo se mantenían los mismos servicios a pesar de los famosos recortes. Sueldos recortados. Contratos recortados. Y lo peor...recortes en motivación. 
Carlos se sentía en parte responsable de aquello.
El, en su función de director, debía encontrar la forma de destensar la cuerda, de facilitar las cosas. Eran momentos difíciles para todos, pero siempre era posible buscar un equilibrio. Sus compañeros, al menos, esperaban eso de él. 
Y él tenía el convencimiento de estar fallándoles...
Se pasó los dedos entre su alborotado pelo intentando alejar aquellos pensamientos. 
No era el momento.
- Pobrecillos...- oyó decir al otro lado del auricular.
La voz de aquella mujer era tan reconfortante...
Por qué no se atrevía a decirle lo mucho que la echaba de menos, lo mucho que le gustaba hablar con ella, tenerla cerca, escuchar su risa nerviosa, su ingenua espontaneidad ...
Y sin embargo, sólo se le ocurría hablarle del trabajo...
- Andrea - continuó sin querer pensar demasiado - había pensado acercarme  a Málaga este fin de semana. Tengo una reunión el viernes ahí...pensaba que, si te parece bien, podríamos quedar a tomar algo...bueno...si no tienes otros planes...
Carlos, aún sin creerse lo que acababa de decir, se apoyó contra la pared de su despacho. Notaba cómo el sudor empezaba a mojarle la camisa y cómo el pulso se aceleraba bajo su piel.
Había oscurecido hacía ya bastante rato. 
Las luces de las farolas iluminaban el parque que descansaba bajo la ventana del despacho. No quedaban niños corriendo entre los columpios. Las hojas, arrancadas por el viento, realizaban irreales piruetas sobre el acolchado suelo...

domingo, 28 de diciembre de 2014

La llamada

- Hola, Andrea, que tal estás?
Andrea, temblorosa, se acurrucó en una esquina de la habitación.
Hacía demasiado tiempo que no escuchaba aquella voz.
De hecho, la última vez que hablaron fue justo antes de su ... tropiezo en el metro.
En aquella ocasión se puso tan nerviosa que no vió los escalones de bajada al andén...
El resultado aún le dolía demasiado..
Había pensado mucho en él.
Lo había imaginado entrando en la habitación del hospital, preocupado por lo que había pasado. Sintiéndose incluso responsable de aquel estúpido accidente...
Lo había sentido sentado junto a ella, sujentándole la mano en esos momentos de dolor...
Lo había soñado esperándola en casa para sorprenderla y llevársela con él...
Habían sido tantas veces...
Pero nada de eso había pasado.
Andrea había aprendido a resignarse, a alimentarse de aquellos efímeros sueños, a vivir de los escasos segundos de felicidad que le proporcionaban sus visiones...
Pequeñas gotas de aire en un mundo que la asfixiaba.
Y sin embargo, seguía luchando por borrarlo todo.
Se veía tan ridícula...
Por qué necesitaba oir su voz?
Por qué no lo había superado aún?
Después de todos aquellos días de silencio, ella se había convencido de que un obligado olvido anestesiaría sus sentimientos...
Se equivocaba.
Oir su voz...
Notó aquel nudo en el pecho, las palabras agolpadas en la garganta, el sudor en las temblorosas manos, la sequedad en los labios y las dudas ...
- Hola , Carlos, cuánto tiempo!!!
Andrea puso su voz de entrenada felicidad.
Sabía que podía mentir. Lo había hecho antes...
Con cada sonrisa, con cada silencio, con cada mirada, con cada latido de su corazón...cada vez que se negaba a confesrle lo que sentía por él, cada vez que se arañaba los dedos para no acariciarlo...
Sí...lo había hecho muchas veces.
Y él nunca lo había notado.

domingo, 14 de diciembre de 2014

La cena

- Gracias, Andrea...gracias por acompañarme a comer
Andrea, sentada en el asiento de aquel coche casi de lujo, lo miraba con atención.  
Lo cierto era que ella había estado a punto de rechazar aquella invitación.  
Aún le dolía demasiado la pierna y tenía las manos endurecidas de aferrarse a aquellas insufribles muletas.
Hacía casi una semana desde que le dieron el alta del hospital y, sinceramente, se había negado a salir de casa.
Demasiado esfuerzo...
Marcos la había obligado a ponerse al teléfono aquella mañana. 
Alberto, tan dulce y encantador como siempre, quería saber cómo se encontraba...y si le apetecía una comida en un sitio nuevo del centro" apto para minusválidos " ...le había dicho en tono de burla...
- No tienes que darme las gracias...me lo he pasado genial
Dijo ella sin intentar reprimir un sonrisa.
- Bueno...me alegro...hacía mucho que no recordaba los tiempos de la facultad - contestó Alberto apagando el motor del coche - Eramos muy jóvenes...
- Perdona, guapo, pero yo sigo siendo joven..- replicó Andrea
- Bueno, bueno...no sabía yo que eras tan susceptible con el tema de la edad..
- Yo no estoy susceptible...sólo digo una realidad...estoy estupenda ...
- De eso ya me había dado cuenta..
Andrea, sorprendida por el comentario,  notó cómo aumentaba el rubor de sus mejillas.
Aquello no se lo esperzba.
Alberto era su amigo. Alguien marvilloso  a quien el destino había vuelto a poner en su destino. De una manera algo dolorosa, cierto, pero allí estaba, observándola desde aquellos profundos y serenos ojos negros, con una chispa de timidez y otra de osadía....
-  Bueno...tengo que subir a casa. Marcos puede estar preocupado
Dijo Andrea tratando de evitar la incomodidad que empezaba a notar en aquel pequeño espacio.
- Ah...no sabía yo que a tu edad tenías hora de entrada...va a ser verdad eso de que eres muy joven...- dijo Alberto dejando que una caricia se le escurriera de los dedos
Andrea no estaba preparada para eso.
No quería eso.
- Vale, no te pongas nerviosa...te ayudo
Las puertas metálicas del ascensor se cerraron y la cara de su amigo fue sustituida por el reflejo de una mujer llena de dudas...
- Hola Andrea...- dijo Marcos al verla entrar- qué tal lo has pasado?...Por cierto, te ha llamado un amigo tuyo...Carlos, creo...Se llamaba así?

sábado, 6 de diciembre de 2014

El recuerdo

Odiaba recordar.
Pero el recuerdo estaba ahí, golpeándola, demostrándole que el tiempo no había sido suficiente para borrar sus pasos.
Y aquella habitación...
La última vez que vió a su padre fue justo allí.
Su rostro, marcado por el tiempo, estaba cubierto por un pesado manto de súplica. Unos ojos, húmedos y cansados, la miraban desde la puerta.
Ella no quiso escucharle.
Su madre, enferma de Alzheimer desde hacía varios años, estaba sentada junto a la ventana del salón. Miraba el cielo, el correr de las nubes, el vuelo de los pájaros...
Sonreía.
Siempre sonreía.
Y allí, él. Intentando defenderse...
¿ Cómo pretendía justificar la infidelidad ?
Andrea los había visto a los dos, paseando con las manos entrelazadas, sin remordimientos, sin tapujos...
Ahora, sin embargo...le suplicaba que la escuchara?
No había nada que decir.
Su padre, la persona más importante para ella, le había fallado. Le había hecho comprender lo fugaz de los sentimientos, la mentira de los juramentos..
Todo era falso.
Su mundo perfecto era falso.
Andrea notó cómo las lágrimas brotaban de nuevo.
Recordaba como entonces, años atrás, había insultado a aquel hombre. La rabia, el desprecio, el reproche...todo aquello se lo había escupido a la cara.
Él, quizás asustado, le dió la primera bofetada que ella había recibido en la vida.
Las demás se las ganó a pulso. Pero no fueron en la mejilla. Se las dieron en el alma.
Notó un pellizco en el pecho al recordar a su madre aquella tarde.
Le sonreía desde su sillón, desde algún lugar de su olvido. Para ella no era más que  una desconocida. Una densa niebla había envuelto su memoria, sus ilusiones.
No sufría. No tenía dolor.
No existía.
El sonido de la pesada puerta al cerrarse, el eco de unos pasos acelerados y torpes, una voz entrecortada pronunciando su nombre...
Habían pasado muchos años.
El orgurllo no le permitió entonces despedirse de las personas que más había querido en su vida.
Ahora, ese mismo orgullo, la estaba dejando sola... otra vez..
¿ Cómo podía ser tan estúpida ?