domingo, 27 de marzo de 2016

No me mientas...

Aquello no podía ser cierto.
Patricia, su Patricia...por qué Celia le gastaba aquella broma?
Se acomodó en una de las sillas de la consulta. No sabía qué decir. No entendía lo que acababa de oir...
Ella, aquella niña que él ayudó a nacer, estaba allí, inmóvil, con sus profundos ojos penetrando en sus pupilas, odiándole...
Pero, por qué?
- Celia, cariño, no se debe bromear con estas cosas...tu madre sabes que no te lo perdonaría...- le dijo Carlos con la voz entrecortada.
- Ella estaba equivocada...siempre lo estuvo...- le escupió aquellas palabras casi sin mirarlo
Andrea intentó acercarse a la joven, sujetar su mano, transmitirle su calor...pero sólo obtuvo rechazo.
Celia, a punto de derrumbarse, miró a Carlos unos segundos. Los suficientes para que él pudiese notar todo el asco que sentía por él.
Después buscó los ojos de Andrea. En ellos sólo volcó su miedo y su soledad. Al fin y al cabo, sólo era una niña a punto de perder a su madre...y tenía miedo...mucho miedo.
- Lo siento, tengo que irme...- dijo finalmente justo antes de que algunas lágrimas la delataran.
Y desapareció.
Carlos no se movió.
Permaneció  allí sentado, con la cara hundida entre sus manos, esperando a que alguien lo despertase de aquella pesadilla.
Pero sólo había silencio.
Andrea se acercó a él y le acarició los hombros.
Aquel hombre estaba destrozado.
Lo sabía.
- Carlos...búscala...tienes que hablar con ella...no te puedes quedar así...quizás se pueda hacer algo...
No sabía qué hacer.
Para ella, Patricia había sido la mujer más impresionante que había conocido.
La envidió tanto.
Su elegancia, su seguridad, su firmeza, su hermosura...todo en ella era perfecto...y ahora...
Unos golpes en la puerta les devolvió a ambos a la realidad.
La cabeza de una de las pacientes asomó por la pequeña abertura.
- Perdón, doña Andrea, pensaba que no había  nadie...
La puerta volvió a cerrarse y ambos se miraron.
- Ve a por ella
De repente, una horrible incertidumbre empezó a crecer en su alma.

domingo, 20 de marzo de 2016

Celia

No hubo remordimiento.
Ni pena.
Ni ... nada.
Tampoco pudo sentir el alivio que tanto había esperado desde entonces. 
Nada.
Se giró y se encaminó a la consulta.
No estaba segura si podría concentrarse...quizás lo mejor sería hablar con Carlos y decirle que debía irse a casa. Que le dolía la cabeza. Que tenía fiebre...
Cualquier cosa antes de encerrarse y empezar el segundo round de la mañana...el más duro...
Pero no lo hizo. 
Andrea había aprendido que los problemas se enfrentan. Irse a casa...para qué. ..para lamentarse?, para regodearse en la queja continua?...No. Así no se hacían las cosas...o, al menos, ella no.
Cuando llegó a la sala de espera suspiró con cierto alivio. Sólo había una chica joven, sentada, ensimismada en la pantalla de su smartphone. No la reconocía.  Eso era buena señal...no era de las que le hablarían demasiado.
Al escuchar los pasos de la doctora, la joven levantó la mirada de la minúscula pantalla, se deshizo de los auriculares que se perdían entre su pelo y se levantó con la agilidad propia de la juventud que disfrutaba.
- Perdone - dijo sin esperar a que Andrea girase la llave - es la doctora Andrea?
La muchacha no aparentaba llegar a los dieciocho, dieciséis a lo sumo,  pensó Andrea al mirarla con cierta incomodidad por la interrupción.
- Si, soy yo...
- Tengo que hablarle de mi madre...soy la hija de ...
- Celia??, eres tú? , qué  haces aquí?
Carlos se acercó y la abrazó durante un largo rato. Luego, separándose de ella apenas un paso, la sujetó por la mano y la miró de arriba a abajo como si estuviese viendo un fantasma.
Evidentemente estaba sorprendido de verla allí.
Celia lo miró con dureza.
- Podías haberme avisado de que vendrías???
Carlos la miraba con cariño.
Ella, en cambio, se notaba fria y con pocas ganas de contar nada...al menos, a él.
Andrea, incómoda por verse envuelta en una foto en la que ella no encajaba, terminó de abrir la puerta y los invitó a entrar.
- Perdona, Andrea- dijo Carlos notando su malestar - te presento a Celia. Es la hija de Patricia...te acuerdas de ella?
Andrea notó un pellizco en el estómago.
Cómo  iba a olvidar a Patricia, esa mujer maravillosa con la que Carlos había estado a punto de casarse?
- Claro que la recuerdo - dijo esforzándose por disimular su inquietud - Cómo está ella? - le preguntó a aquella niña que ahora, de repente, era el claro reflejo de aquella hermosa mujer
- Muriéndose

domingo, 13 de marzo de 2016

Cinco minutos

- Por favor, Andrea, dame cinco minutos.
Si hubiese podido, justo en aquel momento, le hubiese atravesado con toda la rabia que guardaba dentro.
Con todo el dolor, el desprecio, la decepción y el asco, 
Con todo eso que apenas había dejado escapar por miedo a repetirlo, pero que aprovechaba la oscuridad y el silencio de cada noche para clavarse en su alma.
Todo eso que la había estado quemando desde entonces.
No.
No debería estar allí. 
No podía ni quería escucharlo.
Él no le había dado esos cinco minutos. Él sólo la había destrozado.
Le miró a los ojos con la esperanza de vaciar en ellos todo el dolor acumulado.
- Nunca, me oyes, nunca vuelvas a buscarme ! - le gritó mientras se levantaba de aquella incómoda y chirriante silla.
Se giró sin volver la mirada. Tenía ganas de salir corriendo de allí, de desaparecer, de volver el tiempo atrás y recuperar la ilusión que una vez tuvo.
Casi cayó al suelo al tropezar con el camarero que le traía el humeante café.
- Perdone...tengo que irme...- dijo Andrea recuperando el equilibrio 
- No se preocupe..se encuentra bien? - balbuceó el hombre intentando sujetar la tambaleante bandeja.
Andrea no contestó.
Aceleró el paso hasta llegar a la calle. Necesitaba aire.
Empezó a notar la humedad en sus mejillas. Lloraba.
Quizás debía hacerlo. Nunca le había gustado, pero ahora ... 
- Andrea, espera, escúchame...
No había oido sus pasos. 
Sintió unos dedos rozar su muñeca.
No pudo evitarlo. No lo pensó.
Se giró y abofeteó la cara de Alberto con toda la fuerza que sus inervados músculos le permitieron.
Ojalá lo hubiese podido hacer aquel día.


domingo, 6 de marzo de 2016

La carta

Aquella mañana no se encontraba bien. 
El dia, ventoso y gris, tampoco ayudaba a mejorar su ánimo. 
Hacía dos dias que habia recibido la carta. Dos días.
Y aún  no la habia abierto.
De hecho, se habia prometido a sí misma no hacerlo. Pero ahora, sin saber por qué, se lo estaba replanteando. 
Y si le decía algo importante.
Y si así podia llegar a entenderlo.
Jamás  lo entendería. Jamás.
Cerró la puerta de su consulta y se dirigió a la cafetería nueva que habían abierto a la espalda del centro.
 No le gustaba demasiado,  pero sabía que ahí no se encontraría con ningún compañero. No le apetecía hablar con nadie.
- Me trae un café con leche?, por favor - le dijo al sudoroso camarero que se habia acercado a su mesa.
- Algo de comer? - preguntó  sin levantar la mirada de su pequeño cuaderno. 
- No, gracias. Sólo el café. Y, si es posible, con leche desnatada - añadió Andrea fijándose más en aquél hombre.
El viento golpeaba con fuerza los antiestéticos toldos que configuraban aquel cubículo con el que, el propietario del local, había conseguido metros extras para poner mesas. 
No le gustaba.
Pero, al menos, habia tenido el detalle de  colocar esas estufas altas que, desde hacia algún tiempo, veía en todas las terrazas.
Recordó la primera vez que vió una de esas. Fue en París. Iba con sus padres y con Marcos.
Por qué la gente buena desaparecía?
Echaba tanto de menos a su padre...
- Pues deberías comer algo, te estás quedando en los huesos - le dijo una voz desde la mesa de al lado.
Sorprendida, Andrea, se giró buscando el origen de aquella voz. Le sonaba familiar. 
Cuando le vió no pudo evitar una dolorosa arcada.
- Qué estás haciendo aquí? - balbuceó.
- Necesitaba verte.
Andrea intentaba controlar el insoportable temblor en su barbilla. 
Se levantó de la mesa con intención de irse.
- Espera, por favor.