jueves, 30 de enero de 2014

mi ángel

-Andrea! Dios mío, dónde te habías metido?
Mi madre me abrazó fuerte. Notaba los latidos de su pecho en mi cara, sus manos arañándome la espalda...
Yo no terminaba de entender aquel jaleo.
Era cierto que me había despistado...un poco.
También era cierto que hacía ya un buen rato que veía las estrellas brillar sobre mi cabeza...
Pero no tenía miedo. No estaba sola.
- Mamá, no llores...si no me ha pasado nada...
Mi madre no parecía oirme. Continuaba estrujando mi cuerpo contra el suyo. Casi no podía respirar.
Mi padre, en cambio, estaba allí, serio, triste...Tenía la mirada fija en  algún punto detrás de mí.
- No vuelvas a hacerlo, me oyes? , jamás...
Mi madre me sujetaba la cara con sus manos y me despejaba los rizos de mi pequeña frente para mirarme a los ojos.
- No mamá, te lo prometo.
Entonces, por fin, pude girarme para buscar lo que tenía a mi padre intrigado.
Era mi ángel.
Permanecía allí, sentado en aquel bordillo que durante unas horas hicimos nuestro, sin levantar la vista, sin dejar de dibujar surcos en el sucio suelo...
- Éste es mi amigo, se llama Marcos, vive aquí - dije intentando soltarme de la mano de mi madre para ir a su lado - él me ha protegido...
Lo dije con cierto orgullo.
No sabía entonces, que estaba prohibido que nadie durmiera en aquel paraíso de cuento, ni que mi salvador, injustamente, estaba más perdido que yo..
Los ojos de aquel niño me miraron. Vi miedo y traición. No la entendía entonces...
Mi padre, se acercó a él y le dió la mano.
- Muchas gracias por cuidar de nuestra hija, Marcos. Estábamos muy preocupados... dónde están tus padres?
De repente, un señor extraño apareció en aquella escena.
Era uno de los vigilantes del parque, de eso me enteré luego, y empezó a hablar con mis padres sin dejar de mirar a mi amigo.
No podía oirles. Sólo veía cómo se borraba la sonrisa de la cara de mi ángel y cómo, después de algo parecido a una discusión, ese hombre se llevaba de la mano a un resignado soldado. Marcos.
No recuerdo demasiado bien los días que siguieron en París.
 Pasamos allí más días de los que yo había imaginado y mi padre pasaba mucho tiempo al teléfono y solucionando problemas.
Cosas de mayores, me decía mi madre cuando la curiosidad me impedía guardar silencio.
Mi madre y yo recorrimos las maravillosas calles de una de las ciudades más bellas del mundo, visitamos museos, algunos bastante aburridos, la verdad, entramos en tiendas, visitamos parques...
Y llegó el día de volver a casa.
- Pero, mamá, no me he despedido de Marcos? - le dije a mi madre mientras doblaba toda mi ropa antes de guardarla en mi maleta.
Mi madre siguió recogiendo todo lo que en pocos días habíamos acumulado.
- Pero, mamá....
-Cielo, no te preocupes, seguro que pronto podrás ver a tu ángel...
Y así fue.


miércoles, 29 de enero de 2014

Paris...

Paris...
Hacia tanto tiempo de aquello. Casi lo había olvidado.
Pero fue justo allí donde Marcos entró en mi vida.
Bueno, en nuestras vidas.
Yo tendría unos nueve años. Sí, había hecho la comunión ese año y mis padres, como sorpresa, me regalaron mi deseado viaje a Disneyland Paris.
Estaba tan emocionada!!!!
Yo era una niña que soñaba en un mundo repleto de príncipes y princesas, que vivía en un precioso castillo y a quien su padre, el rey, le concedía casi todos sus deseos.
Y verme allí, en aquel sitio mágico, era todo lo que yo podía desear.
Recuerdo los colores, las canciones, las carrozas adornadas...
Yo jugaba por aquel entramado de callejuelas de cuento y mis padres, acostumbrados a una hija nacida para disfrutar del mundo, no parecía disgustarles demasiado todo aquello.
Hasta que sucedió.
No recuerdo bien si fue Mickey el que me engatusó con sus mudas palabras, o fue aquella princesa que me miraba desde su sobrecargado trono ambulante...no lo sé, pero sin darme cuenta, me encontré en mitad de una plaza, rodeada de desconocidos que bailaban a mi alrededor y cuyas canciones,hasta entonces bonitas, no me dejaban escuchar las voces de mis padres.
Sentí el frío en mi espalda. Un frío desconocido para mí. Supongo que sería el miedo.
Los minutos empezaron a prolongarse, llegaron las horas...
Yo, perdida en mi mundo deseado, no entendía cómo no llegaba mi príncipe y me acompañaba a mi castillo, a mi seguridad...
No eran ciertas las historias que cada noche, antes de dormir, me leían mis padres?
Cerré los ojos y deseé que apareciera mi hada madrina. Ella, si era verdad que existía, debía vivir allí.
Los apreté fuerte. Tan fuerte que podía notar el dolor de mis párpados golpeando mis pupilas...
Hasta que la oí.
Era una voz dulce y serena. A mí, aún me acuerdo, me pareció la de un ángel.
Abrí los ojos esperando ver unas enormes alas blancas y un ser iluminado por alguna luz especial...y le ví.
Delante de mí, envuelto en un traje de soldado, había un niño que me miraba desde unas enormes pupilas azules.
- Hola , me llamo Marcos, vivo aquí...estás bien?


martes, 28 de enero de 2014

Dímelo, Marcos

- Venga - dije cuando terminé mi maxi ensalada - estoy impaciente..
Marco aún paseaba un trozo de brownie por los bordes de su plato. Siempre había sido un goloso. Casi tanto como yo. Y eso era algo difícil de cambiar.
- Estoy esperando....- dije acercando mi cucharilla para intentar dar caza a una última gota de chocolate escondida tras una sombra
- Ni lo intentes, Andreita, tú te has pedido ese maravilloso plato de hojas verdes...éste es mi plato...tenías que haber elegido mejor...
- Eres un egoista!
- No, darling, sólo quiero salvarte de tí misma....imagínate que te hubiese dejado probar este delicioso postre...y que mañana, en la soledad de tu baño te pesas y....zas....50 gramos más....sería terrible hermanita...
Y todo aquello lo decía mirándome a los ojos, con su sonrisa malvada y con el último trozo de bizcocho en su tenedor....
Era un chico malo...siempre lo había sido. Y le adoraba.
Hice un movimiento rápido y, sin poder evitarlo, me hice dueña de aquel botín culinario.
- Pues, como te iba diciendo.....o me cuentas ya lo que has estado haciendo todo este tiempo o....
La verdad es que no pude evitarlo.
- Bueno....- añadí con fingido sentimiento de culpabilidad - o me lo dices o no te pido otro postre.
Sonreí al notar el amargo sabor de aquel manjar...mmmm....pero qué bueno estaba aquello!!!
Marco, como era natural, ni se inmutó.
- No sabes negociar, hermanita, y mira que he tratado de enseñártelo muchas veces...
- No me distraigas-le dije casi cortando lo que empezaba a ser uno de sus discursos - dónde has estado?
- Bueno, para ser sincero, he estado en muchas partes...pero fundamentalmente en una.
Silencio
- Que es? - me estaba poniendo nerviosa y lo sabía ...
- Adivínalo ! - y se recolocó en aquel sofá americano gastado por el paso de tanto visitante hambriento.
- Eres increíble, no has cambiado nada! - dije sin ocultar mi impaciencia - cómo voy yo a saberlo? Te recuerdo que casi no has contestado mis mensajes...
- Tienes razón - añadió ignorando mi último comentario - te voy a dar una pista...
- Siempre he sido mala con las adivinanzas, lo sabes de sobra - dije totalmente resignada
- Esta vez no. Es una superpista....es un lugar donde la magia te hizo soñar con alguien muy especial, donde la casualidad engañó al destino, donde...
- París! Has estado en París!
- Si, Andrea, me fuí a París porque necesitaba encontrarme, necesitaba volver a mis orígenes...- una especie de nostalgia empezó a empañar el brillo de sus ojos - lo curioso - alargó su mano y rodeó mis dedos con los suyos - es que al final, siempre estabas ahí. Te he echado mucho de menos...me he sentido muy solo, Andrea.
Dejé que se aferrase a mis manos como debía de haber hecho aquel día en el andén.
Por aquel entonces, yo no estaba preparada para asumir su confesión...
Supongo que ahora...

lunes, 27 de enero de 2014

reencuentro

- Dios, cuánto te he echado de menos !!!!
Es lo único que le oí de ir antes de que me hundiera en su abrazo.
Marco, mi amigo, mi hermano....
La última vez que le ví, hacía ya unos años, él se había subido en un tren con destino a Madrid. Huía de una tierra donde no encontraba esperanza, donde la ilusión se negaba a aparecer en su camino y donde, por desgracia, yo le había dejado solo...
Lo recordaba allí, con la nariz pegada a un cristal lleno de huellas, con sus manos esperando el contacto con las mías...
El tren se puso en marcha y yo, incapaz de correr a buscarlo, me quedé allí, dejando que mis lágrimas borraran el terrible dolor que me producía su marcha.
Desde entonces, los mensajes se convirtieron en simples estrellas fugaces en una noche de silencio.
Cada mensaje, un deseo.
Cada deseo, un silencio...
Hasta hoy.
Estaba allí, con su pelo revuelto y su barba de tres días.
No había cambiado.
Tenía los ojos hermosos y ahora, con el tiempo, también serenos.
Me alegré tanto de verlo...
- Pero suéltame...me vas a asfixiar! - dije fingiendo querer separarme
- Es que  me estaba volviendo loco. Tenía que venir a verte...- empezó a mirarme de arriba a abajo como hacía siempre que quería ponerme nerviosa - Ya veo que no has cambiado, hermanita...No estás nada mal para los años que tienes...
- Disculpa! No sólo no estoy nada mal, sino que estoy superbien...además, mocoso, sólo soy tres años mayor que tú
Me dejé querer por aquel niño al que tanto quise. Le dejé apretarme las manos, recolocarme el pelo detrás de la oreja, mirarme a los ojos buscando mi historia...
Nos fuimos de allí, él sujetaba mi cintura y yo, entusiasmada con el reencuentro, dejé que mi cuerpo flotase a su alrededor.
Había vuelto.
Aún no me había dicho porqué ni durante  cuánto tiempo se quedaría, pero no me importaba. Era nuestro momento. Y no quería que nada lo estropease.
- No me vas a preguntar nada? No es esa la Andrea que yo recuerdo - dijo cuando llegamos a un precioso sitio junto a la playa.
- Tendría tantas cosas que preguntarte, que querrías marcharte de nuevo...
-  No te creas. Mi intención es agobiarte hasta que te canses de mí - dijo con su sonrisa de niño travieso
- Pues muy mal lo tienes que hacer para eso, querido. Ya te escapaste una vez..
De repente, la imagen del tren, de su cara borrándose en la distancia, de la gente que se marchaba de los andenes...
No pude contener aquella lágrima.
Pero, Marco, mi hermano, la recogió y la depositó sobre el viento.
- No más lágrimas, Andrea, ya no.

domingo, 26 de enero de 2014

mi hermano...

-Buenos días,  Andrea - me dijo una voz escondida tras un monitor
- Buenos días,  Gema, qué tal se presenta hoy el patio? - le pregunté mientras me acercaba al monitor del despacho contiguo para fichar.
Era curioso. Eramos el único distrito de salud de toda Andalucía que seguía con aquel sistema.
Fichar.
Si tengo que ser sincera, a mí no me importaba demasiado. Total, tenía que estar allí...Pero reconozco que la medida, que inicialmente había sido aceptada como algo justo, ahora ya estaba empezando a hacer daño en la maltratada moral de mis compañeros.
Se sentían vigilados, angustiados, poco valorados....y, encima, eran los únicos en fichar....
Definitivamente, no estaba teniendo el resultado que se había buscado cuando se implantó. Ahora, estaba convencida, era cuestión de tiempo que lo quitasen.
Dejé constancia en aquel monitor de mi entrada en el trabajo y me detuve unos instantes, como solía hacer siempre, a conversar con las niñas del mostrador.
Y digo niñas sin ánimo de menospreciar...para mí eran personas muy importantes, gente que estaba obligada a poner una sonrisa a la dureza de cada día, a los modales perdidos, a las angustias fingidas.
A veces no lo conseguían, eso era cierto, pero la mayoría si. Y para mí, eso ya era importante.
Aquella mañana, según me dijo Gema, la más joven de las administrativas, todo estaba en orden. Por primera vez desde hacía muchos días, no faltaba nadie. Ni médicos ni enfermeras. Todo un lujo. Sí señor.
Además era viernes. La gente tenía esa sonrisa de la felicidad anticipada y, incluso los pacientes, parecían más relajados.
Perfecto!
Sin embargo, cuando logré ver el listado de pacientes en mi pantalla....Dios santo....tenía reunión de pacientes complicados. No lo digo por su patología, que también, sino por su forma de explicarme las cosas, por su incapacidad de entender que el tiempo de consulta no es ilimitado y que, por más que yo quiera, no soy ni su confesor ni su amiga...
En fin. Respiré hondo y abrí la puerta para llamar ala primera de la lista...Doña Francisca...
Creo que lo bueno que tienen estos días es que estás tan absorta en esos otros problemas, que no puedes pensar en nada más.
El sonido del teléfono interrumpió a aquella mujer a la que siempre le dolía la cabeza...sospechosamente, a mí empezaba a dolerme justo al ver su nombre...
-Dime - dije al identificar sen la pequeña pantalla el número del mostrador
- Andrea, aquí hay alguien que pregunta por tí - dijo la voz
- Has visto la hora que es? Son más de las dos y media...ya no hay que meter más pacientes...- empezé a sentirme culpable- qué le pasa?
- No, no es un paciente ....dice que es tu...¿hermano?
De repente, se me hizo un nudo en la garganta y un montón de imágenes empezaron a nublar mis recuerdos...
De verdad? Marco?
- Dile...dile...que se venga para mi consulta...le veo en cuanto termine con esta paciente.
Marco....no podía creerlo...era lo más parecido a un hermano que yo jamás había tenido. Lo había echado tanto de menos...
- Doña Carmen, entonces qué voy a hacer con mi cabeza?  - me preguntó de repente aquella señora que yo había dejado olvidada
- Pues por ahora, nada. Ya hemos hablado de lo que a usted le afectan todos los cambios...el problema que acaba de contarme con su marido es algo más que sufuciente como para justificar su dolor. Necesita relajarse más y medicarse menos.
Descanse. Hable con él. Busquen una solución entre los dos. Estoy convencida que pueden conseguirlo...
Me levanté de mi sillón y me dispuse a acompañarla a la puerta.
No quería prolongar aquella visita. Tampoco creía que podía ofrecerle nada más.
Abrí la puerta y le ví.
Hacía más de cinco años que no sabía nada de él. Y ahora le tenía allí.
Marco.
Oh! Marco!

lunes, 20 de enero de 2014

mi café, por favor

La voz de aquel hombre, sonando segura y fresca desde aquel engendro que me miraba desde la mesita, volvió a indicarme que seguía viva.
Pero me avergonzaba de mí misma.
Las palabras de Carlos aún repiqueteaban en mi cabeza...
Todos se habían dado cuenta de que no estaba bien...¡ menudo bochorno!
Sólo pensar que habían hablado de mí, a mis espaldas, me hacía sentir insegura.
¿ Por qué la gente no podía, sencillamente, dedicarse a sus cosas?
¿ Estarían, de verdad , preocupados por mí?
Mis últimas experiencias, no hace falta decirlo, me habían enseñado a desconfiar de la gente, hasta de aquella que parecía más cercana.
Porque fue precisamente ese tipo de persona la que me hizo caer a un pozo del que no terminaba nunca de caer...
Sin embargo, cuando lograba saltar mi recuerdo, volvía a tiempos felices, a días de facultad, a paseos llenos de risas por las viejas calles de mi ciudad...
¿Realmente era todo tan lejano?
Me senté en el taburete de la cocina esperando que el rojo parpadeo de la cafetera me indicara  que podía disponer de mi café volutto. Aquella máquina era mi pequeño capricho concedido a mí misma tras reiniciar el trabajo en el centro de salud. No era el café más barato, cierto, pero estaba convencida que sí era de los más buenos...al menos, eso decía George Clooney, el actor que lo anunciaba constantemente en la televisión.
 Y yo, si me lo decía George, no tenía porqué dudarlo.
Esperé a que mi pequeña taza se llenara de aquel líquido espumoso y caliente. El aroma inundó la cocina y mis ojos se cerraron intentando detener el  momento.
Tenía todo el día por delante para demostrarme que podía enfrentarme a todo.
Lo había hecho antes, cuando no tenía nada por lo que luchar...
Volvería a hacerlo ahora.
Esta vez lucharía por mí.

domingo, 19 de enero de 2014

deja que te ayude

- Andrea!
Había caminado por aquellas calles con la necesidad de huir de ellas. No me apetecía hablar. No quería convertirme en la buena obra del día de alguien...Aunque ese alguien fuese él.
No me detuve. Quizás consiguiera que lo entendiera...
-Andrea, por favor, espérame!
Era evidente que no iba a tener suerte. No era mi día.
Me detuve y permanecí allí, frente a aquel escaparate vacío, esperando ver su reflejo frente al mío.
- Cuándo vas a dejar que te ayude? - su voz, sincera, logró que me sintiese avergonzada.
No me atreví entonces a mirarle. Me asustaba lo que pudiese leer en mis ojos.
- Me lo vas a contar? - insistió mi sombra
- No se qué quieres que te cuente, Carlos, sinceramente no sé de qué va todo esto...
Seguí con mis ojos fijos en el cristal manchado y rezé, si es que yo sabía rezar, porque todo se borrase a mi alrededor.
- Pues entonces te lo diré yo...Desde que te conozco, y de eso hace ya unos cuantos meses, me has parecido una mujer inteligente, brillante, diría yo...pero herméticamente cerrada...- empezé a notar cómo se aceleraba el ritmo de mi respiración-...He preferido permanecer al margen de tu aislamiento porque, para serte sincero, últimamaente creí que habíamos roto tu capucha protectora
Me volví como accionada por un resorte..
- Habíamos? - Pregunté con la ansiedad de haber sido desnudada en público
- Sí, tus compañeros del centro también se preocupan por tí. Aquel silencio que traías contigo era tan triste, Andrea...hemos intentado ayudarte. Qué está pasando ahora? Te estás dando cuenta de que pareces querer destrozar tu vida?
- Siento mucho haberos preocupado...- dije bajando la mirada - No soy una persona fácil. Nunca lo he sido...
- Pero si eres adorable, Andrea, no lo ves? Pero de repente, sin saber por qué,  cierras tu mundo y nos dejas a todos fuera...
- Carlos - dije intentando simular una sonrisa - una vez me dijo un psicólogo que cada uno tenía que aceptarse, con lo bueno y lo malo...yo, en estos momentos, tengo más malo que bueno para asumir...y lo hago lo mejor que puedo...de verdad.
- Yo no quiero presionarte. Yo también tengo mi lado oscuro. Pero Andrea, y te lo digo como el amigo que quiero ser, me gustaría que , antes de encerrarte a rumiar lo que sea que tengas ahí en tu cabeza, hablases conmigo.....No quiero verte así de nuevo, perdida en la barra de un bar...No te mereces eso
No dije nada.
Tenía un millón de palabras amontonadas en la rampa de salida...pero subí aquella puerta invisible y las obligué a esconderse de nuevo...
Escuché cómo sus pasos firmes se alejaban por la misma acera que me había llevado hasta allí.
Esperé unos minutos para que mi respiración y mi pulso volvieran a su ritmo normal.
Algún día hablaría con él. Pero aún quemaba la herida. Aún me parecía tener los puntos demasiado frescos.
Respiré hondo y busqué mi imagen. Realmente no me gustó lo que me devolvió mi reflejo.
Andrea, una mujer segura de sí misma, casi desaparecida bajo aquella otra Andrea insegura y tambaleante...
Por qué me costaba tanto recoger mis cenizas y empezar sin dolor?
Y, allí, en mitad de una calle anónima, volví a jurar que nunca más lloraría por él.

sábado, 4 de enero de 2014

Ya había cambiado

Recorrí las calles desiertas a aquellas horas del día y me adentré en el primer bar que encontré abierto.
Unas puertas acristaladas, casi sin señalizar, daban la bienvenida a aquel garito que, a primera vista, más parecía un prostíbulo que un café.
Mis pupilas tardaron en adaptarse a aquella fría penumbra.
Desde los altavoces colgados en alguna esquina, unas voces femeninas gritaban los éxitos del momento. La música ya no era como antes. Cualquiera podía cantar...
Unos sillones desgastados, con apariencia de incómodos, rodeaban pequeñas mesitas vacías.
La camarera, una joven de moreno teñido, me miraba desde su esquina de la barra con poca intención de acercarse a mí.
Decidí acomodarme en uno de los taburetes que protegían aquel panel de acero y ladrillo transformado en mostrador. 
Era demasiado pronto para beber, pero yo necesitaba algo de alcohol que adormeciera algunas partes de mi cerebro.
Aquel líquido frío se deslizó entre mis labios sin darme tiempo apenas para percibir su sabor. Lo recordaba amargo.
La música, las risas y las voces de los pocos clientes de aquel sitio empezaron a confundirse en mi cabeza. Aquella era la señal. Si seguía, conseguiría olvidar.
- Por fin te encuentro - dijo alguien acomodándose junto a mí.
No me dí prisa en girarme. Ya sabía quien era y no me apetecía que me viera en aquel estado.
- Andrea, me oyes ?
- Claro...es que hay mucho ruido - dije intentando no arrastrar cada una de las palabras
- ¿ Qué te pasa ?
- Nada...¿ qué haces tú aquí ?
Escogí aquel escondite por ser lo más distante con mi mundo. No necesitaba testigos de mi forzada amnesia. No tenía ganas de hablar con nadie. Tampoco con él.
- Conozco al dueño de esto - me dijo levantando el tono de voz por encima del jaleo - Venía a invitarlo a tomar un café...menuda sorpresa.
- Pues sí, menuda sorpresa...yo ya me iba - dije mientras intentaba separar mi asiento 
- Quédate. Te invito a un café...si te apetece, claro
- No, creo que no es buena idea - un martilleo cada vez más intenso iba creciendo dentro de los huesos que conformaban mi cráneo - No me encuentro demasiado bien...No sería una buena compañía
Tenía que huir de allí. Recoger lo que quedaba sin difuminar y caminar sin tropiezos hacia la luz de la tarde...
- Andrea, en serio, ¿ puedo ayudarte ?
No podía verle los ojos con aquella oscuridad, pero podía sentirlos clavados en mí, preocupados.
Agradecí su interés y me despedí lo mejor que pude.
El aire de la calle golpeó mi cuerpo y un atisbo de razón empezó a hacerse hueco hasta alguna de las dendritas que consiguieron mantenerse a flote sobre aquel líquido transparente y amargo.
Suspiré hondo.
No podía volver a equivocarme. Yo ya no era la misma persona. 
Ya no.

viernes, 3 de enero de 2014

Estúpido recuerdo

Por qué el recuerdo te asalta cuando menos te lo esperas ?
La mañana resultó ser lenta y monótona. 
Tuve demasiado tiempo libre y, sin saber por qué, volvieron los fantasmas.
Volvió a asaltarme aquel recuerdo de la playa, del agua fría arañando la garganta...
Volvió el recuerdo del dolor que me quemaba el pecho mientras esperaba, sin éxito, aquel mensaje que me devolviese lo que hacía tiempo había creído mío...
Volvieron sus ojos, su voz aterciopelada y su presencia...
Un desamor, horrible palabra, que me había conducido a una caida en el desalentador mundo de la desesperación.
Había amado tanto a aquel hombre...
Aquello había terminado con un " me equivoqué ", esas fueron sus palabras...se equivocó...
Se equivocó en qué.
En ser adorable conmigo, en dejarme ver que le importaba, en permitir que creciera mi esperanza...
Yo había sido un error en su vida.
Pero él se había convertido en el centro de la mía.
Un día leí algo sobre el amor maduro, la evolución de los sentimientos, cómo los adolescentes sienten como algo arrollador lo que es sólo un dolor temporal y superable, cómo es el tiempo el que hace que coloques cada cosa en su sitio...
Pues, al parecer, mi corazón se había anclado en una adolescencia eterna y era incapaz de pasar la página.
Hubo tantos días perdidos mirando la pequeña pantalla del móvil...
Cada día, al abrir los ojos, sentía los suyos. Podía incluso escucharle diciendo mi nombre...
Me gustaba tanto aquello.
Desde la distancia, como no, resultaba fácil ver quién estaba equivocada, quien se había construido un sueño basándose en nubes de ilusión...pero claro, eso se ve desde la distancia...
Tuve que sobrevivir a aquello y tuve que resetear mi cerebro de una manera drástica para escapar de él.
Y casi lo hice.
Pero, en días como hoy, en los que el mundo se niega a ir más deprisa, vuelve a mí el dolor.
Cuando terminé por fin con Francisca, mi última paciente, me quité la bata y salí del centro sin ni siquiera comprobar si ya era la hora. 
Quería, necesitaba, algo fuerte, algo que me recordase que Andrea ya había vuelto.
Y, como no, lo encontré.

jueves, 2 de enero de 2014

Dudas

- Andrea, estás radiante
La voz de Sonia, mi confidente en el trabajo, sonaba tan musical y alegre como siempre.
- Pues, no se, sinceramente hoy no me he puesto nada especial...
Era cierto.
Aquella mañana me había arreglado más rápido de lo normal.
Había tenido una noche...diferente.
La voz de aquel locutor de radio, no estímuló lo suficiente mis tímpanos y, casi por rutina, fueron mis ojos los que buscaron un poco de luz en mitad de la penumbra de la habitación.
- Dios santo...son casi las ocho!!!
Salté de la cama sin darme tiempo a percibir la agradable caricia que envolvía mi cuerpo.
Me introduje en aquellos gastados vaqueros que tanto me favorecían y me puse la misma blusa con la que, la tarde anterior, me había sorprendido aquel inesperado encuentro.
Obvié preparar el tan necesario café y, como pude, hice que mi cara no mostrara la falta de descanso.
- Pues tendrás entonces algún secretillo...- Sonia me miró divertida - ya me lo contarás en el desayuno..
- No hay nada que contar, en serio, hoy estoy como siempre ... - dije mientras mis mejillas se pintaban con el rubor de la mentira
Y se alejó por el pasillo de aquel luminoso centro, con un montón de papeles en una mano y su chaqueta en la otra.
Me volví hacia el archivador sin poder ocultar una sonrisa.
Intenté borrar el recuerdo de aquel encuentro...pero no pude.
Ni quise.
- Andrea, por favor, cuando puedas...
Carlos me sorprendió perdida en aquella aventura.
- Hola, Carlos, perdona es que no te había visto llegar...¿ cuándo has vuelto ?
Llevaba casi dos semanas sin saber nada de él.
Según decían los rumores, que siempre van más rápido que las realidades, estaban intentando echarlo a otro sitio, donde no estorbara tanto la sinceridad, aunque, según supimos más tarde, él no estaba dispuesto a cambiar su vida para que los demás dejaran de escucharla.
- Llegué ayer de Sevilla. Es que he estado muy liado...Tengo un montón de cosas que contarte - Su mirada, sincera e ingenua, como siempre, buscó algo en el fondo de mis pupilas - ¿ Todo bien por aquí ?
Sonreí. Era imposible no hacerlo.
- Echándote de menos, ya lo sabes. Es necesario que tengamos un jefe a quien fastidiar...
- Me imagino - dijo mirando el espacio del mostrador que teníamos a nuestra espalda - pero es bueno comprobar que no soy imprescindible.
Yo diría que había cierto aire de tristeza en su voz pero, como era habitual, Carlos no iba a admitir ese tipo de sentimientos.
Nuestro espacio lo llenó un incómodo silencio.
- Tengo que empezar la consulta ya...- dije rompiendo el inesperado muro que empezó a separarnos - me querías decir algo?
- Sí, quería hablar contigo de unas cuantas novedades...pero tengo la impresión de que hoy no va a ser un buen día
- Si lo dices porque vas a estar muy liado resolviendo el montón de papeles que te esperan...
- No, no lo decía por eso...pero tienes razón...tengo un montón de cosas que resolver hoy - los labios de Carlos dibujaron una línea recta ya conocida en su cara - Ya hablaremos.
No me dió opción a responder.
Su cuerpo se giró y ví cómo aquella perfecta figura se perdía entre la gente que se amontonaba delante del mostrador para coger los escasos números reservados que quedaban para las consultas de ese día.
- Doctora, doctora...
La voz de aquel paciente, molesto por la inmovilidad de las personas que le precedían, sirvió de disparo de salida para la jornada de aquel día.
Quedaban muchas horas aún por delante...
Y yo, de repente, tan confusa...